martes, 1 de abril de 2014

El robo (Prólogo)

Prólogo:

Allí estábamos otra vez, en el pequeño o quizás no tan pequeño salón del apartamento en el que vivo con mi madre.
Las paredes son de color salmón, y toda la casa tiene suelo de parque, lo que es un rollo porque hay que andar con cuidado para no rayarlo.
La habitación está decorada con unos cuantos muebles, una mesita de centro, un par de sillones y una televisión bastante antigua.
-¡Oh no! ¡Ya empieza otra vez! - pensé.
Mi madre se acercó a mí y empezó a gritar como de costumbre una retahíla de palabras de las que apenas presté atención a un par de ellas. Me dispuse a subir a mi cuarto dejando atrás aquel guirigay y empecé a avanzar por las escaleras de madera oscura que crujían al subir, que, por cierto, no les vendría mal una capa de barniz. Cuando noté que comenzaba a ver borroso por culpa de las lágrimas. Cerré con fuerza la boca haciendo que mis dientes rechinaran unos contra otros y apreté tanto los puños que se encontraban junto a mis costados que seguro que se me quedaron blancos los nudillos. Parpadeé un par de veces para conseguir eliminar todo rastro de agua que quedará en mis ojos.
Subí corriendo el tramo de escaleras que aún quedaba para llegar a un largo pasillo lleno de recuerdos familiares en forma de fotografías que, para mi gusto, recargaban demasiado la pared. Éste conducía a las habitaciones.
Andaba con paso firme por una estampada moqueta granate sabiendo que mis pasos estarían retumbando en la cocina, la que se encuentra debajo.
Estaba tan enfadada que apenas me importó e hice caso omiso de las palabrotas que decía mi madre desde abajo.
Estaba abriendo la puerta de mi cuarto refunfuñando algunas palabras que se calificarían como poco educadas, cuando me quedé helada. No podía ser, alguien había entrado y había desordenado todo; el colchón estaba en medio de la habitación, todos los cuadros estaban o rotos o caídos, el armario estaba completamente patas arriba y la ventana estaba rota, debía de haber entrado por ahí. Me referí a la persona que entró en mi cuarto como si la conociese, cosa que hizo que se me erizara el bello de la nuca sin entender bien por qué.
Después de bajar las escaleras a todo correr, por las que casi me caigo en un tras pies por el impacto de lo que había sucedido, me puse a gritar a mi madre que llamase a la policía.
Al cabo de un buen rato, lo que me parecieron unos cuarenta y cinco minutos me dediqué a observar si faltaba algún objeto personal o algo por el estilo.
No tenía ganas de nada, por mí, me habría quedado en el sillón, acurrucada, leyendo un buen libro, tapada con una manta y tomando un té de limón, mi preferido, pero las indicaciones del agente que nos había atendido por teléfono habían sido estrictas y claras. 
Nos había ordenado subir y mirar si faltaba algo sin tocar nada, y luego quedarnos abajo hasta que llegase un coche patrulla. 
No entendía por qué, pero tenía una extraña sensación, allí sucedía algo que no se daba en un robo normal.

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