martes, 23 de septiembre de 2014

La Vieja Casa (Parte |)

En ésta época del año reinaban los colores del otoño; las gamas de marrón, amarillo y cobre, también hojas caídas de los árboles, lluvia y viento.
Con la luz del sol, mi estación favorita, es increíble, pero al caer la noche e iluminarse con la tenue luz de la luna, todo cobra un aspecto lúgubre y frío-
Sin la calided de los colores en las calles, las casas se convierten en las paredes de un gran laberinto, los árboles en grandes monstruos con garras y el viento soplando entre las ramas, en gritos desgarradores.

Eran las nueve y media de la noche cuando volvía a casa después de una dura clase de Francés.
Caminaba por una solitaria calle del estado de Maine, más concretamente en una pequeña ciudad llamada Portland cuando un gritó aterrador vinó directamente hacia mí, helándome la sangre y produciéndome un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo, desde los pies, hasta la nuca, poniendo allí mi bello de punta y pasando por mi espalda, me acarició como si de una mano se tratase.
Éste fue un chillido ilegible, me fue imposible entender lo que escuché.
En el mismo instante en el que escuché el clamor, una mujer de mediana edad pasaba en la dirección contraria a mí y no pareció oír aquel espeluznante alarido.
Aquello me desconcertó bastante.

Al cabo de lo que me parecieron cinco minutos, ya me había recuperado del susto anterior, lo que ahora dejaba lugar a la curiosidad.
Decidí avanzar hacia el lugar del que procedía aquel quejido.
Me desvíe por un camino de tierra y seguí y seguí andando como si mis pies por si sólos supieran hacia donde debían dirigirse.
Después de un buen rato caminando, cansada, helada y con las botas llenas de barro, llegué a una casa bastante destartalada, por su aspecto me atrevería a decir que llevaba mínimo treinta años abandonada.

De pronto comenzó a llover. Me encontraba sola, desprotegida de la tormenta y perdida por lo que decidí entrar en el viejo caserón.
Me acerqué corriendo a la puerta principal y la zarandee con todas mis fuerzas, pero no se abría, así que decidí ir a ver si había una puerta trasera, y efectivamente la había, pero también se encontraba cerrada.
Volví al patio principal de aquel lugar y lo observé bien mientras caían gotas y más gotas, calándome.
Todas las ventanas estaban cerradas o tapiadas. Ninguna forma aparente de entrar.
Me acerqué hasta la pared de forma que pudiese tocarla, por supuesto, era fría y húmeda, tal y como me esperaba.
Avancé deprisa para evitar mojarme todo lo posible y de repente tropecé, miré hacia atrás y no vi nada hasta que me di cuenta de que había un montón de enredaderas en el suelo.
Me agaché y encontré dos puertas
¡Por fin! pensé
Tiré de ellas y por suerte se abrieron de par en par, era el refugio de la casa para los huracanes.

CONTINUARÁ...

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